Nuestra fe y la oración
Nuestra fe, la cual profesamos todos los domingos en el Credo, es una fe viva, que entra por nuestros ojos o por nuestros oídos, la hacemos parte de nuestro intelecto, y la llevamos al corazón. Es una fe viva, que después de hacerse parte nuestra vida, necesita celebrarse en la Liturgia Sacramental, sobre todo en la Santa Misa y que también necesita se expresada con nuestra conducta diaria.
La fe es algo que aprendimos de otros, por medio de la palabra o por el ejemplo. Nosotros al recibirla nos la apropiamos como nuestra, tanto en nuestra mente como en nuestro corazón.
Esa misma fe la celebramos en la Iglesia. La celebramos en la Santa Misa, en el Bautismo, en los demás sacramentos. La celebramos en las oraciones vocales, en los cánticos, en los Salmos, etc.
La fe, entonces, se convierte en guía de nuestros pasos. Nos iluminas como debemos entender lo que nos rodea así como debe ser nuestro comportamiento.
Es por eso que en el punto 2258 del Catecismo de la Iglesia se nos dice: “Por tanto, este Misterio [el de la fe] exige que los fieles crean en él, lo celebren y vivan de él en una relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la oración.”
En otras palabras, la fe que creemos, que celebramos y que vivimos, no es simplemente una lista de cosas que hay que aprender, celebrar, hacer o no hacer. Por ejemplo: nuestra fe nos dice que debemos ir a Misa todos los domingos y días de preceptos; no es que por ir a Misa esos días tenemos ganado ya el cielo. La Iglesia nos lo pide porque sabe que cada uno de nosotros necesita de Dios. Sabe que necesitamos continuamente escuchar su Palabra y vivirla, porque Dios, en su Hijo Jesucristo, se nos da en la Santa Misa. No es un simple mandato, más bien es que Dios quiere encontrarse con nosotros, por medio de su Hijo y quiere que nosotros busquemos a Dios, en su Hijo.
Ahora bien, ¿cómo es que sabemos que Dios quiere encontrarse y que nosotros nos encontrásemos con Él? Simplemente por que a través de la oración conocemos a Dios, nos relacionamos con Él y aprendemos a tratarle. Es a través de la oración por el cual Dios nos habla y nos hace profundizar más aún la fe. Sin la oración no entenderemos nunca el por qué de Dios, de su creación, de su redención ni de su salvación.
Sin la oración, las palabras del Credo caen en el vacío. Sin la oración, la Santa Misa que celebramos se convierte en un mero ritualismo. Sin la oración, nuestra vida no será semejante a la Dios. En otras palabras… volvemos a cometer el pecado de Adán, querer ser como Dios, pero sin Dios.