María Maestra de Oración
Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Lc. 2, 19
Estas palabras nos describen el modo de orar de María. Una oración que tiene como contenido los sucesos que la misma Virgen María está presenciando por ser la madre de Dios. Una oración que nos indica el lugar de encuentro entre María y Dios… su corazón.
Vemos a lo largo de los relatos evangélicos la continua actitud orante de María. Cuando recibe el anuncio del Ángel, su oración fue de abandono. Ella se abandona a la voluntad de Dios con su hágase. Ella se hace una con Dios. La sombra del Espíritu Santo la cubre y recibe al mismísimo Dios en su seno. Y Ella, concibió por el Espíritu Santo.
¡Cuántas veces nos abandonamos en la oración! La sombra de lo que no entendemos nos cubre, pues nuestra naturaleza caída se resiste muchas veces en aceptar la voluntad de Dios. Y luego al aceptarla, la alegría de tener a Jesús a nuestro lado.
María visita a su prima Isabel. Y María, al ver como la criatura del vientre de Isabel se llena del Espíritu Santo, ora en acción de gracias. Una acción de gracias por la “grandeza del Señor”, por todos los bienes que ha recibido ella y que han recibido los demás. Una acción de gracias, también, por lo que ella y otros recibirán de Dios.
¡Cuánta dicha hemos recibido de Dios! ¡Cuántas cosas por las que dar gracias a Dios! Por lo que tenemos, por nuestros seres queridos, por el perdón que Dios nos ha dado. Por el mismo hecho de haberse encarnado y redimirnos. Gracias por las cosas buenas que nuestros seres queridos han recibido.
Y Jesús nace en Belén. Y María, lo tiene en sus brazos, lo besa y lo acaricia como cada madre hace con su hijo. Es la actitud de la oración de adoración.
Adoración a Jesús porque está junto a nosotros. ¡Cuán cerca lo tenemos en la Eucaristía! ¡Qué momento tan especial para adorarlo luego de comulgar! Lo tenemos en nosotros, lo acabamos de recibir. Es como si estuviéramos en Belén y Santa María nos lo deja coger en nuestras manos.
Y la Virgen se angustia, porque Jesús se ha perdido. Es la actitud de la oración de búsqueda. Búsqueda de Su hijo que se ha perdido entre el bullicio de las fiestas de la Pascua. Búsqueda continua e incansable hasta encontrar a Jesús en la casa de su Padre.
¡Cuántas veces necesitamos de Dios y parece que no está junto a nosotros y sentimos ese vacío del amor de Dios! ¡Cuántas veces lo seguimos buscando y no desfallecemos en la oración para luego encontrarlo en el silencio de Dios!
Y María, en Caná, suplica a Jesús por los recién casados. Es la actitud de la oración suplicante. María intercede ante Jesús. Suplica, pero se somete a la voluntad de su hijo… “Haced lo que Él os diga”, nos dirá.
¡Cuántas veces oramos por otros! ¡Cuántas veces otros nos piden sus oraciones! Pero más aún, ¡cuántas veces acudimos a María para que interceda por nosotros!
Y María junto a la cruz. La madre dolorosa está en silencio junto a su hijo Jesús en el momento más doloroso. Es la actitud de la oración de dolor y esperanza. Dolor por lo que sucede, y esperanza por lo que sucederá luego: la Resurrección.
¡Cuántas veces el dolor nos deja en silencio, contemplando lo sucedido y nuestra oración llena de dolor, se convierte en esperanza! En la esperanza de que Dios nos liberará del dolor del momento.
Y María ora junto a los discípulos. Oración de unicidad, oración de culto, oración mediante la cual, Ella y los discípulos, reciben el Espíritu Santo en Pentecostés. Es la actitud de la oración litúrgica.
Es la oración que hacemos junto a nuestros hermanos, donde celebramos los misterios de nuestra salvación… en la Misa, en la Liturgia de las Horas, en cada uno de los sacramentos que recibimos.
Toda la vida de María es una continua oración. Así debe ser nuestra vida, así debe ser nuestra oración. Hacer de nuestra vida oración y nuestra oración vida.