Lo que hay detrás de cada pecado
Lo que hay detrás de cada pecado es un olvido del amor de Dios.
El amor de Dios
Cada uno de nosotros, como cristianos que somos, estamos llamados a una relación personal, de tu a tu, con Dios. Dios nos creó, a tí y a mí, por amor. No fuimos productos de una casualidad, ni de que los astros se confabularon. Fuimos creados por amor. Dios nos creó por amor.
Dios nos creó por amor, para que viviéramos de su amor. Él nos ama con locura y con ternura. Él es Padre y nosotros somos sus hijos. Él nos ama con amor de Padre. Lo único que nos pide es amarlo; corresponder a su amor.
Pero la raza humana se olvidó de su amor. Al pecar, Adán y Eva, dañaron nuestra capacidad de amar a Dios. Su pecado no hizo que Dios cesara de amarnos. No… Su pecado hizo que nosotros, cada uno de nosotros, buscara en otras cosas y no en Dios, ese amor del Padre.
Dios, en su infinita misericordia, que es lo mismo que su amor, nos envió a Jesús, su Hijo, para que pudiéramos volver al amor de Dios. La redención de Jesús nos da nuevamente la habilidad de poder amar a Dios.
Nuestro Pecado
Hemos vuelto a recibir la capacidad de amar a Dios por medio del bautismo. Pero nuestro ser es débil. Volvemos a cometer pecados.
Anteriormente he hablado de qué es un pecado, de su gravedad y de cómo saber si un pecado es mortal o venial. En el fondo, les he dicho lo que debemos evitar para no caer en pecado. Es como si pusiera delante de ustedes un listado de cosas que hay que evitar.
Sin embargo, en cada pecado subyace lo mismo: un desprecio al amor de Dios Padre. Él, que nos ama, y nosotros, que preferimos no aceptar su amor.
Nuestra vida en el amor de Dios y nuestra capacidad para pecar
Dios quiere que cada uno de nosotros viva de su amor y en su amor. De su amor, porque nos ama en todo momento. Él nos busca, se hace el encontradizo. En su amor, porque quiere que cada segundo de nuestra vida esté en armonía con su amor. Es decir, no solo quiere que le dediquemos unas cuantas horas al día. Él quiere todas las horas del día. De ahí que todo cuanto hagamos, por mas mundano que parezca, debe ser hecho por amor a Dios. Si limpias la mesa; limpia la mesa por amor a Dios. Si estudias matemáticas; estudia por amor a Dios. Si estás en la oficina haciendo un informe; haz el informe por amor a Dios.
Nuestra capacidad de pecar es consecuencia de no poner nuestras acciones, pensamientos y palabras en el amor de Dios. Como nos dice San Juan Pablo II:
Pecar no es solamente negar a Dios; pecar es también vivir como si Él no existiera, es borrarlo de la propia existencia diaria. – Reconciliatio et Poenitantiae, 18
Si nos concentramos sólamente en si esto que hice es pecado o no, como una mera lista, hemos perdido de perspectiva el amor de Dios. En el fondo, el pecado es olvidarnos de Dios, de su amor. Es sacarlo de nuestra vida.
Hacer lo que Él os diga
También, en el pecado yace un no responder. Un no responder al amor. Dios ilumina nuestra conciencia, mediante el Espíritu Santo, para indicarnos qué cosas hacer, decir o evitar. Nuestra conciencia es capaz de decirnos qué es lo que agrada a Dios.
Todo pecado es simplemente dejar de responder como deberíamos – P. David Knight
Sin embargo, muchas veces, hacemos callar nuestra conciencia. Aquéllo que Dios nos pide, lo dejamos de hacer. ¿Por pereza? ¿Por verguenza?. En el fondo, lo hacemos porque no amamos a Dios. No queremos agradar a Dios. Jesús, que debe ser nuestro modelo en el amor de Dios, nos dice que Él siempre hace lo que agrada al Padre (Jn. 8, 29). Lo mismo sucede con nuestra Madre María. Élla nos dice que hagamos lo que Él nos pida (Jn. 3, 5).
Como nos dice Vinny Flynn en su libro “7 secretos de la confesión“:
Todo se reduce a amar y buscar a Dios con todo tu corazón – no solo evitando el pecado, sino anhelando hacer Su voluntad en todas las cosas.