Las consecuencias del Pecado
Todo ser humano puede cometer pecados y no está exento de cometerlos. Ahora bien, el pecado tiene una doble consecuencia.
La Iglesia nos dice que hay dos tipos de pecados, los pecados mortales y los pecados veniales. Todos los pecados mortales, como consecuencia, conllevan una “pena eterna”, es decir nos aleja de Dios directamente, le rechazamos, no queremos tener nada de amistad con Él y por ello perdemos su amistad y la vida eterna en la felicidad de Dios, luego de nuestra muerte. También conlleva una “pena temporal”, es decir, hemos dañado nuestra alma y nuestra relación con los demás y las cosas que nos rodean. Por ejemplo: si cometemos el pecado mortal de hablar mal de los demás o decir mentiras sobre una persona, no solo perdemos a Dios en nuestras vidas, también dañamos la reputación de la persona de la cual estamos hablando mal o mintiendo. Cuando mentimos, también dañamos la confianza que las demás personas tiene sobre nosotros.
El pecado venial no conlleva una “pena eterna”, es decir no nos aleja de Dios ni de su amistad, pero siempre conlleva una “pena temporal”. Por ejemplo, si dejamos de hacer tarea profesional o escolar por irnos a ver un partido de baloncesto, no hemos pecado contra Dios, pero si hemos dejado de hacer nuestras obligaciones y al dejar de hacer nuestras obligaciones eso repercute en que otros no puedan hacer sus obligaciones.
Cuando confesamos nuestros pecados mortales, Jesús, a través del sacerdote y en el momento de la absolución, nos limpia de toda “pena eterna”. Es decir, nos volvemos a su amistad, no le rechazamos más. Sabemos que Jesús a pesar de nuestros pecados mortales no nos negará nunca su amistad; somos nosotros los que nos rehusamos a ella. También con la absolución, se nos hace partícipes de la vida eterna. Solo nos faltaría como reparar las “penas temporales”.
Aun cuando los pecados veniales no conllevan una “pena eterna” es muy buena práctica el confesar este tipo de pecado. Dios nos da su gracia para no volver a cometerlos y nos da la paz. También, sentimos como su amor se derrama en nosotros y como nosotros tratamos de tener esa finura de conciencia que lleva el amar a Dios.
Ahora bien, y sin detrimento de la confesión, las “penas temporales” todavía se mantienen. El sacerdote nos puede imponer una penitencia al finalizar la confesión y queda de nosotros el cumplirla. Esta penitencia en cierta manera ayuda a limpiar esa “pena temporal”. Pero esa penitencia no la limpia por completo.
En mi próximo post hablaremos de cómo podemos limpiar o reparar esa “pena temporal”.