Conversión y Paciencia de Dios
En el Evangelio de San Lucas (Lc 17. 1-9), Jesús nos vuelve a recalcar la importancia de la conversión y de la paciencia de Dios. Jesús nos pide estar siempre en actitud de conversión. Y ¿qué es la conversión? La conversión es un acto personal, en el que el hombre o la mujer rompe de raíz con sus pecados, con aquellas cosas que son opuestas a la vida en Cristo, y con todo aquello contrario a nuestro caminar hacia la santidad.
La conversión requiere un profundo análisis del estado de nuestra alma. Solo mirándonos en Jesús podremos ver aquello que nos aleja de Dios. Es como cuando abrimos una ventana a la luz del sol y nos damos cuenta del polvo que hay en la habitación.
Los medios para conseguir la conversión son la oración constante y la participación en los sacramentos. En la oración nos ponemos delante de Jesús, le hablamos y le escuchamos. A través de las inspiraciones y luces de la oración, el Espíritu Santo nos señala aquellas cosas en las que debemos cambiar. También, en la oración contemplamos a Jesús, su vida, sus palabras y acciones. Y éstas a su vez, contrarrestan con nuestras acciones y palabras, dejándonos ver la situación de nuestra alma.
Conseguimos la conversión, también, a través de los sacramentos, en especial, a través de los sacramentos de la Confesión y de la Eucaristía. Por medio de una Confesión bien hecha, volvemos a empezar a caminar de nuevo hacia Dios. Una buena Confesión conlleva un buen examen de conciencia, el cual nos pone por delante la situación de nuestra alma. La Confesión conlleva también un arrepentimiento total de nuestras faltas y pecados, y un propósito de enmienda. Con esto decimos, basta ya a nuestros pecados y nos proponemos la intención de cambiar de vida.
Por medio de la Eucaristía, recibimos al mismo Jesús en nosotros. Por medio de ella, Jesús se mete en nuestro interior y como buen alfarero, repara nuestra alma, que es como una vasija de barro. En la Eucaristía, no es que Jesús se haga uno en nosotros, sino que somos nosotros quienes nos metemos en su vida divina. Ese contacto en la vida divina de Jesús nos purifica interiormente.
La contraparte de la conversión es la paciencia de Dios. Dios como Padre amoroso siempre espera por nosotros. Él nos da las ayudas espirituales necesarias para nuestra conversión. A través del Espíritu Santo, nos inspira a nuestra conversión. Incluso, nos ha dado un Ángel Custodio que nos ilumina, nos protege y nos guía cada día de nuestra vida.
Dios, Nuestro Padre, nos espera. Pero depende de nosotros nuestra conversión. Él nos da las ayudas necesarias. Ahora bien, el tiempo de la conversión es ahora, en este momento de nuestra vida. Si morimos sin habernos convertido, ya será demasiado tarde.