¿Cómo hacer oración? – Dificultades en la oración
Siempre tendremos dificultades en la oración. Sólo debemos aceptarlas. Los santos lo experimentaron, el catecismo lo enseña y la teología lo confirma. Tenemos dos tipos de dificultades que se deben al tipo de amistad que tenemos con Cristo:
- Primero, la amistad con Cristo se basa en la fe. No podemos hablar con Jesús como cuando llamamos a un amigo por teléfono. Él siempre está con nosotros, pero el acercarte y entrar en su presencia pasa por la fe. La fe es una virtud. Esto significa que debe desarrollarse. Mientras menos desarrollada esté, más esfuerzo conlleva acercarnos a la presencia de Dios. Muchos cristianos, hoy en día, tiene una fe poco desarrollada. Hemos sido contaminados por una cultura que busca lo tangible (“No creeré hasta que un estudio científico lo diga”) y que busca realzar los sentimientos sobre la razón (“¡Cómo ya no siento amor, nos divorciarnos!”). Ambas actitudes debilitan la fe. Esta fe es tan pobre, que hace de Cristo un figura borrosa y distante, como el sol aparece borroso y distante cuando nos ponemos unas gafas de sol. Por esto, nuestra habilidad para orar disminuye. ¿Verdad que no es difícil distraerse cuando vemos una película? Podemos mantener la atención en la trama por al menos dos horas sin ningún esfuerzo. En contraste, ¿qué sucede en esos quince minutos que dedicamos a la oración? ¿Cuál es la diferencia? Tener un contacto con Dios requiere fe, pues “caminamos en fe y no en visión” (2 Cor. 5, 7). Requiere un esfuerzo “con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tus fuerzas” (Mc. 12, 30) para poner en sintonía tu naturaleza caída (que tiende a buscar su felicidad en las cosas de la tierra) con las verdades sublimes que Dios ha revelado a través de su Iglesia y sus enseñanzas.
- Segundo, nuestra amistad con Dios es única. No solo porque pasa a través de la fe, sino porque dos amigos nunca son iguales. Cristo no es solo tu amigo; Él es tu Creador, tu Redentor, y tu Señor. Él lo conoce todo y lo ama todo, y trata de llevarte por el camino estrecho para alcanzar la madurez cristiana. Tu relación con Él requiere de cierta docilidad. Docilidad que demanda abnegación. Acordémonos que el bautismo nos devolvió la gracia ante Dios, pero no nos quitó la concupiscencia, es decir, nuestras tendencias desordenadas (la arrogancia, la vanidad, el egoísmo, la lujuria, la avaricia, la vagancia) que heredamos del pecado original. Ser dócil cuesta. Muchas veces el Buen Pastor nos lleva por el camino que no queremos seguir, o nos empuja a continuar nuestro camino, cuando lo que deseamos es sentarnos y descansar, o no nos deja tomar de esa fuente espiritual que tanto deseamos. Esta lucha de voluntades, la tuya y la de Dios, hace de la oración una constante batalla.